A veces recibo contratos para revisión que me hacen dudar si es más eficiente corregirlos o simplemente reescribirlos desde cero. Con los años, he aprendido que algunos tropiezos en la redacción contractual pueden ser pequeños y corregibles, mientras que otros pueden costar mucho dinero, paralizar una transacción o generar disputas interminables.
Después de más de 15 años redactando contratos para todo tipo de industrias, he identificado patrones de errores recurrentes. Algunos son técnicos, otros estratégicos, pero todos tienen algo en común: podrían haberse evitado con más atención, mejor comunicación y un enfoque más práctico.
Aquí están los más frecuentes.
1. No entender el contexto ni el negocio del cliente
Un contrato no es solo un documento legal; es una herramienta que debe ajustarse a la realidad comercial del cliente. No es lo mismo estructurar un acuerdo de distribución que uno de financiamiento, ni es igual negociar un contrato en la industria de construcción que en la farmacéutica. Si no entendemos cómo funciona el negocio en la práctica, podemos incluir cláusulas que no reflejan la realidad operativa o que crean obligaciones difíciles de cumplir.
2. No saber desde qué posición estamos negociando
Todos queremos que los contratos sean equilibrados, pero también debemos entender a quién representamos. No es lo mismo proteger los intereses de un vendedor que de un comprador, de un acreedor que de un deudor. Si no tenemos esto claro, podríamos incluir cláusulas que, en un eventual conflicto, terminan afectando a nuestro propio cliente.
3. Ignorar el flujo de dinero (Funds Flow)
Muchos contratos detallan derechos, obligaciones y plazos, pero omiten algo fundamental: cómo fluye el dinero. ¿Quién paga a quién y cuándo? ¿Hay anticipos? ¿Cuáles son las condiciones para desembolsos? ¿Qué pasa si un pago se retrasa? Sin claridad en estos puntos, el contrato puede generar confusión o disputas innecesarias.
4. No entender los tiempos contractuales
Un contrato es como una historia: cada fase tiene su momento y debe regularse con precisión. Es común confundir firma y cierre, asumiendo erróneamente que la operación está completada al firmar. También ocurre en contratos de suministro, donde no se diferencian bien los tiempos de producción, entrega y aceptación, dejando plazos ambiguos. La solución es simple: definir hitos claros y evitar interpretaciones abiertas.
5. No considerar las implicaciones tributarias
Los impuestos aplicables es un aspecto que muchos abogados ignoran en la redacción contractual. En Colombia, por ejemplo, no considerar el “revivido” impuesto de timbre o la omisión de retenciones puede hacer que una operación sea mucho más costosa de lo previsto. Lo mismo ocurre en contratos internacionales, donde la doble tributación y las retenciones en la fuente pueden afectar la rentabilidad del negocio.
6. No definir adecuadamente las penalidades e incumplimientos
Muchos contratos mencionan sanciones por incumplimiento, pero no especifican bien su aplicación. ¿Cuál es el procedimiento para declarar un incumplimiento? ¿El incumplimiento de una sola obligación justifica la terminación del contrato? ¿Se debe conceder un período de subsanación? Dejar estos puntos abiertos puede hacer que una penalidad sea inaplicable o que una parte pueda incumplir sin consecuencias reales.
7. No revisar correctamente las facultades de los firmantes
Aunque parezca obvio, debo admitir que he visto contratos multimillonarios firmados por personas sin autorización. Sin un certificado de existencia y representación legal en mano (o su equivalente), un contrato puede volverse papel inservible. No importa qué tan bien redactado esté: si quien firma no tiene facultades para hacerlo, tenemos un serio problema.
8. Usar formatos inadecuados
La forma importa tanto como el fondo. Un contrato de distribución farmacéutica, por ejemplo, no puede tener la misma estructura que uno de distribución de autopartes. Usar un formato genérico sin personalización es un error que puede generar problemas operativos y dar una mala impresión.
Pero no basta con elegir el formato adecuado; también es esencial utilizar correctamente los términos definidos. No hay nada más frustrante que un contrato en el que se establecen definiciones en la primera sección y luego, a lo largo del documento, esas mismas palabras se usan de manera diferente o, peor aún, se introducen términos nuevos que generan confusión.
9. Incluir cláusulas demasiado generales o demasiado detalladas
Aquí entramos en el delicado equilibrio entre la flexibilidad y la rigidez. Algunas cláusulas son tan genéricas que no ofrecen ninguna protección real (por ejemplo, decir que las partes “cooperarán de buena fe” sin definir qué implica eso). Otras, por el contrario, son tan detalladas y rígidas que no dejan margen para ajustes comerciales normales, lo que puede hacer que el contrato se vuelva obsoleto o difícil de ejecutar.
10. No definir con claridad el alcance de los servicios o productos
En contratos de prestación de servicios o suministro de productos, uno de los errores más comunes es no definir bien qué se está entregando y qué no. Un contrato que solo diga “se prestarán los servicios acordados” sin especificaciones puede dar lugar a malentendidos, disputas o expectativas incumplidas.
11. No prever qué pasa si las cosas cambian
El mundo no es estático, y los contratos tampoco deberían serlo. ¿Qué pasa si cambia la normativa aplicable? ¿Si una parte necesita modificar sus obligaciones? ¿Si surge una pandemia o una crisis que hace inviable el cumplimiento? Incluir mecanismos de renegociación o ajustes en escenarios críticos puede evitar conflictos en el futuro.
12. No aprovechar la tecnología (pero depender demasiado de ella)
Las herramientas de inteligencia artificial pueden ser aliadas poderosas, pero no reemplazan el criterio humano. Confiar ciegamente en la tecnología sin revisar con ojo crítico lo que está generando es un error que puede resultar en contradicciones o cláusulas sin sentido.
13. Dejar al cliente solo y no hablar a tiempo
Uno de los errores más graves es desaparecer después de la firma sin asegurarse de que el contrato se está ejecutando correctamente. Además, si algo se omitió, si surgió un nuevo riesgo o si hay algo que reconsiderar, nunca es tarde para levantar la mano. No tener pena de escribir y advertir a tiempo puede evitar un problema legal serio más adelante.
Si al leer esto identificaste errores que alguna vez cometiste, bienvenido al club. Todos hemos estado ahí. Lo importante es aprender y mejorar. La redacción de contratos es una habilidad estratégica que requiere atención al detalle y comprensión del negocio.
Por eso, “me pido yo” redactarlo desde el principio siempre que sea posible. No es solo una cuestión de eficiencia, sino de control total sobre el documento. Conocerlo a profundidad desde su estructura hasta cada una de sus cláusulas es mucho mejor que intentar “parchar” errores ajenos o, peor aún, estar después mirando por dónde entran los “goles”.
Los mejores abogados no son los que escriben contratos más largos, sino los que logran acuerdos sólidos, claros y ejecutables. Porque al final, un buen contrato no es el que impresiona, sino el que funciona.
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